El hacha tiembla en su mano mientras está ahí, a las
orillas del campo de batalla. Intenta controlarlo, pero no puede, y se maldice,
¿No es eso con lo que soñó toda la vida? ¿Con pelear y demostrar su valor? ¿No
es para lo que ha entrenado? Entonces…¿Por qué ahora, en vísperas de una lucha
importante se siente así?.
No se
siente como el joven valiente adornado con cicatrices de cacerías y
entrenamientos que es, es como si su cota de malla y su adorada hacha, que ha
blandido ya en mil escaramuzas menores, le fueran ajenas, pero ¿Por qué?. Mira
a su alrededor: guerreros imponentes, ataviados con anillos, cascos y pieles,
espadas brillantes, músculos abultados…¿Quién es él a su lado, con unos cuantos
tatuajes y muchos sueños en sus brazos?
Podría
huir aún, nadie lo notaría, nadie lo extrañaría, no cambiaría nada, pero sabe
que se odiaría a sí mismo, que escupiría sobre su cobardía. Podría regresar y
encontrarse con su amiga de la infancia, la que soñaba en casarse con él, pasar
una vida sencilla, de granjero cualquiera, a su lado, arreando vacas, criando
hijos, y nadie se lo reclamaría aún: buena mujer, buenas tierras, es un buen
destino. Y aún así, sabe que no es lo suyo, que sería marchitarse lentamente
junto al fogón viendo como sus sueños se asfixian en el humo del hogar.
Quizás
por eso no se ha ido, porque el instinto de la batalla lo seduce a la vez que
lo aleja, porque teme perder los brazos, al dolor, teme caer…pero sabe que teme
más irse tullendo por la edad en una granja, encerrado en la tierra, en vez de
lanzarse al mar, de besar al viento y la sangre.
Sabe
que sus compañeros pueden ser más capaces, y aún así elige quedarse, porque los
admira, porque si va a caer, quiere hacerlo en pelea, grita junto a los demás y
ajusta la correa del arma a su muñeca, tiembla aún, inseguro de qué puede
cambiar, pero decide igual lanzarse cuando se da la orden de lucha, si va a
morir, si va a romperse la cabeza, que así sea, pero que al menos se cante una
buena historia en su honor.