Era el mismo sueño, siempre igual, noche tras noche;
comenzaba con aquellos ruidos que parecían acercarse desde el sur, donde se
encontraban las ruinas de aquel maldito templo. "Tris-tris", sabía
que era ese sonido, eran cascabeles que sonaban a cada paso de su visitante.
Pero hoy no, esta noche sería diferente.
En el silencio de la noche novohispana, abrigado en la
obscuridad de las casas de piedra, el poderoso conquistador arrebujado en sus
cobijas hacía lo posible por no dormir. Paseaba la mirada por los muebles de su
habitación, entre los contornos de las riquezas ahí acumuladas, en el cuerpo de
la mujer que dormía plácidamente a su lado y en la virgen que lo observaba
desde el frente de su cama con sus ojos de vidrio.
No sabía cuánto tiempo llevaría así cuando escuchó ese ruido
sobreponiéndose a las campanadas de la iglesia: los cascabeles de nuevo. Asustado se pellizcó los brazos "No
puede ser, no estoy dormido" se dijo para ahuyentar lo que creía era una
pesadilla, pero era en vano, los pasos se oían cada vez más cerca pero sin
perder su ritmo pausado. Sacudió a su mujer para preguntarle si ella también lo
escuchaba, pero no despertó, parecía sumida en un trance; se persignó,
pidiéndole ayuda al Señor, y entonces una risa sin alegría perforó la noche:
-Es inútil que llames a tu dios, Malinche.-Cortés volvió la
vista hacia donde provenía la voz que lo torturaba desde la caída de
Tenochtitlan llamándolo con el sobrenombre de malinche que le pusieron los
indios: ahí, justo a su lado, rodeado de una luz fantasmal, se encontraba un
guerrero azteca. Su cuerpo estaba pintado de franjas negras medio corridas por
el sudor, llevaba el taparrabos sucio de sangre y polvo, en los tobillos
portaba tiras de cascabeles y en la cabeza un casco algo roto imitando la testa
de un águila; lucía en el pecho una herida aún sangrante a la altura del
corazón, pero no era nada de eso lo que lo hacía tan terrible, ni el escudo
emplumado o la macuahuitl de mortales filos. Eran sus ojos, profundos,
penetrantes e hirientes cuales cuchillos de obsidiana, y volvió a hablar:
-No te acuerdas de mí, ¿Verdad? No importa, solo fui uno más
de los que mataste en tu camino…pero eso qué más da, es normal…-el aludido no
podía hablar, la lengua se le había pegado al paladar.- lo que no es normal ni
está bien es lo que le hiciste a mi pueblo, destruirlo así, violar a sus
mujercitas, humillar a mis hermanos, obligarlos a esconder sus lealtad a mis
dioses y derribarlos.- El fantasma acercó su cara a la de Cortés y le susurró
con el odio impregnado en cada palabra:
-Yo sé que no te importa, y que ganaste la guerra, pero escúchame
Malinche, tarde o temprano morirás, y a dónde quiera que vaya tu alma, ahí te
veré. Y te haré sufrir, cortaré tus miembros uno a uno, y gritarás tan fuerte
cómo puede gritar un alma, te lo juro por mi señor Huitzilopochtli, el
terrible.- La aparición se alejó sin dejar de mirarlo hasta fundirse en las
sombras, y Cortés recobró el habla, el tiempo volvió a fluir como si nada.
Intentando tranquilizarse se asomó a la ventana por donde se veía la ciudad
dormida. "Fue un sueño", se dijo, "Esos indios incultos no
hablaban mi lengua, no hay forma en que me pudieran amenazar ahora, a mí,
Hernán Cortés, su conquistador. Fue un sueño, nada más que un ridículo
sueño." Y allá en el cielo, los antiguos dioses que lo escuchaban se
rieron de él, porque sabían cuál era la verdad.