Tú no quieres ser el héroe, no ansías alcanzar la gloria, sólo quieres vivir en paz; estás harto de ser “fuerte,” de sobreponerte a tus lágrimas por sacar lo mejor de ti y de los demás; sólo quieres refugiarte en una trinchera, a solas con tu alma, y que llegue un ángel a cuidarte, a abrazarte como hacía tu madre cuando eras un niño, olvidarte de todos los problemas porque está seguro de que alguien más los solucionará por ti.
Pero no puedes, el estrépito de cañones y metralla es demasiado fuerte para ser ignorado, allá en otro extremo del campo de batalla otro hombre se retuerce de dolor, con un sufrimiento mucho más grande que el tuyo. Tus superiores no te permitirían regresar asustado, te ordenarían “sobreponte, supérelo, es una guerra, para eso se alistó”, y tú no podrías reclamarles, ellos son seres que pueden decirte lo que quieran pero a los que no puedes responderles, porque están seguros de tener la verdad absoluta y ni siquiera te escucharían.
¿Lo sientes? ¡Claro que sí! es el infierno, los estímulos son tan ensordecedores que provocan que bloquees tu capacidad sensorial, pero eso no evita que seas consciente del polvo, de la sangre, los cuerpos y cadáveres mutilados, de las moscas sobrevolándolos, de la pólvora llenándote los orificios nasales y tu boca, del dolor del de al lado, del enemigo, del tuyo propio.
Aunque ya hace tiempo te sobrepusiste al pánico inicial, a la temblorina que causa disparar y matar por primera vez, los nervios y el miedo persisten, son las pequeñas alertas que mantienen tu instinto de supervivencia alerta. Pero ya te cansaste de sentirlos, quisieras que todo fuera más fácil.
Pero no puedes, es más, ni siquiera elegiste conscientemente ser así, no optaste por ser “más fuerte” que los demás, así se dio, así eres, no puedes negar tu naturaleza por más que lo desees, porque un capitán debe darle un buen ejemplo a sus soldados, a la gente que confía en él. Eres, y esa es a la vez tu bendición y tu maldición….
-Capitán, ¿Qué pasa? ¿Tiene algo?- la voz de uno de tus subordinados te saca de tus melancólicas ensoñaciones, y lo miras, quizás él comprendería más que los demás tus temores y hastíos, pero no es el momento de contarlas:
-No pasa nada soldado –le sonríes con una mueca- vamos a destrozar a esos hijos de perra.-Quizás un día, cuando acabe la guerra, podrás volver a casa, y por una vez, delegar tus problemas, dejar de lado tu orgullo y tus deberes y ser abrazado por tu mujer, por una vez saber que puedes tomarte el tiempo que quieras antes de volver a ser “fuerte” y de volver a enfrentar la realidad.